Quiero compartir con ustedes un apartado tomado de El profesor en el trinchera de José Sánchez Tortosa, el cual trata de como el profesor se ha convertido en un obstáculo para el estudiante donde el maestro proporciona su propia sombra en vez de facilitarle los procedimientos para encender las luces de las que dispone en su interior.
Además quiero compartir con ustedes un vídeo el cual nos platea reflexionar sobre la siguiente hipótesis "si la tecnología esta presente en nuestra vida ¿por qué no esta en nuestra educación?", sera que el modelo educativo se convirtió en un obstáculo para el niño y para el joven que en vez de abrir puertas y ventanas las esta cerrando
REFLEXION PARA DOCENTES
Autora: Lucy Padilla
Capítulo 2
Supongamos entonces que, en realidad, no se enseña sino que se aprende. Esto significa que la importancia del profesor consiste en saber que él no es lo más importante, en saber que debe dejar paso al proceso de descubrimiento que el alumno puede desarrollar, poniendo en práctica su deber ~tan difícil y costoso-- de desaparecer permaneciendo ahí, de no proyectar sobre el alumno sus limitaciones, manías y prejuicios, indicarlo el camino pero sin recorrerlo por el alumno. Come le dice Morfea a Neo: «yo sólo puedo mostrarte la puerta. Tú debes atravesarla». Y, al contrario, el profesor es un obstáculo si pretende enseñar al niño o al joven lo que, según piensa, no puede aprender por sí mismo. En tal caso deberíamos hablar de adoctrinar más que de enseñar. De este modo el maestro se interpone entre, el estudiante y el conocimiento de las cosas que puede adquirir por sí mismo. Le cierra caminos y ventanas en vez de abrírselos. Le proporciona su propia sombra (una oscuridad ajena) en vez de facilitarle los procedimientos para encender las luces de las que dispone en su interior.'
Por eso se necesita a alguien que no estorbe para aprender y que, además de no estorbar, ayude al estudiante a que no sea él mismo un estorbo, porque si no hay nadie en absoluto, es el propio interesado el que supone un obstáculo para sí mismo a la hora de aprender.Igual que se requiere la presencia de otro (el profesor) para que el alumno esté solo, ni siquiera perturbado por su propio mundo exterior, de modo que aprenda por sí mismo y se prepare para el día en que no haya nadie a su lado, también se requiere la presencia del profesor para que el alumno no sea un obstáculo para sí mismo y aprenda, de forma que llegue el día en que no necesite al profesor para impedir que lo sea.
Y resulta que ese obstáculo conocido por el título de profesor vive tiempos convulsos y frustrantes. Uno de los problemas actuales de su profesión (particularmente, pero no sólo, en la rama de Letras) es que puede resultar una salida laboral ante la escasez de oferta de empleo para determinadas carreras universitarias. Muchos se hacen profesores porque: no encuentran trabajos mejores en otras profesiones. Por ello van a dar clase con una formación académica' vinculada a su especialidad, pero sin la técnica ni la experiencia necesarias hoy día para mantener en el aula un ambiente de estudio que permita desarrollar esos conocimientos adquiridos en la facultad correspondiente. No pocas veces, además, carecen de la vocación para semejante trabajo. A bastantes profesores de secundaria y de bachillerato no se les prepara para dar clase. Se les prepara, en el mejor de los casos, para tener unos conocimientos. Pero para transmitirlos y, sobre todo, para que esa transmisión se pueda llevar a efecto en' un aula, tiene que haber receptores que. lo sean, es decir, dispuestos a recibir la información. Ante la ausencia de esa receptividad, el profesor se ve obligado a conquistarla por medio de firmeza, paciencia, experiencia y una formación puramente autodidacta. Es decir, se trata de una labor para la que no ha sido técnicamente preparado, y para la que no todos valen, ya que precisa de unas facultades psicológicas determinadas sin las
que no es fácil mantener la cordura mucho tiempo en un aula de secundaria.
Es inevitable, dadas las condiciones actuales de la enseñan~a media en España, que el profesor sea para el alumno -de secunda-ria, especialmente-una especie de policía o guardia jurado antes que fuente de conocimiento. Es decir, lo primero que ve el adolescente en el profesor es su tarea de impedirle salir de clase, obligarle a estar sentado y callado e, incluso, con una osadía incomprensible, leer, escribir y hacer cuentas. El alumno no ve en el profesor su capacidad para ayudarle a descubrir cosas y aprender. Esta percepción eclipsa y hace opaca la relación intelectual que debería establecerse entre profesor y alumno y trasluce, en cambio, una relación de fuerzas y autoridad, una verdadera batalla psicológica, tensión que acaso sea inevitable. Si ya de por sí, corno hemos explicado, el profesor es un obstáculo, esta situación hace que lo sea aún más, de forma que entorpece el aprendizaje del niño al aparecer a sus ojos con una función más disciplinaria que docente y, por tanto, provoca en él una pre-disposición negativa en términos pedagógicos, y un abierto rechazo en términos personales. Además, sucede que esa función disciplinaria tiene cada vez menor fuerza. Con lo cual el profesor es esa figura un tanto ridícula incapaz de desempeñar la única función real que el Estado le ha asignado: mantener a los adolescentes (en etapa educativa obligatoria) dentro de un aula y fuera, por tanto, de las calles, con el menor riesgo físico posible para sus semejantes y para sí mismos. Cuántos profesores se replantean su profesión hartos de tener que echar broncas e idear castigos -a cuál más sofisticado, pues ya muy pocos son efectivos-, en lugar de dar clase, que es lo que a los buenos maestros les suele gustar.
El profesor siempre es un obstáculo. Cuanto menos lo sea, más aprenderá el alumno, pero no puede dejar de serio en absoluto. Sin embargo, en nuestras aulas el profesor ha pasado de ser ese obstáculo imprescindible (y por eso también paradójico) que deja paso al aprendizaje del alumno para ser un muro colérico o derrotado, furioso o resignado, de opacidad infranqueable, un bloque granítico tras el cual quedan ocultos y sepultados los conocimientos que acaso tenga y que un día sonó compartir y transmitir.