lunes, 14 de junio de 2010

EL PROFESOR ES UN ACTOR

A la hora fIjada, el profesor entra en escena. Puede demorarse unos minutos si el miedo que le atenaza es demasiado fuerte. El público le asusta. No es nada fácil contentarle. Para este auditorio no sirve cualquier actuación y, además, la que el actor considere adecuada será, justamente, la que menos éxito tenga, la que peor acogida tendrá entre su público. La clase es el escenario en el cual ha de representar el papel que se le ha encomendado (<<¿Por qué me metí yo en esto?»)
. y la escuela, su teatro. No se ha disfrazado, salvo por la bata banca los que la llevan. No se ha maquillado para su papel o, al menos, no suele hacerla, a diferencia de muchas alumnas. No ha practicado ejercicios de voz; no suele tener tiempo para esas cosas. No recibe las últimas instrucciones del director de escena, lo cual, en su caso, es una buena señal después de todo. No es anunciado; bueno, a veces sí: por los propios alumnos encargados de avisar de su llegada, como los vendedores del top manta se avisan unos a otros de que llega la poli (yo he llegado a escuchar a ciertos chicos la expresión «Agua, agua!» para este cometido, haciendo suya, de manera más o menos irónica, la jerga de la delincuencia). No se levanta el telón antes de su aparición, sólo se borran de la pizarra los grafitis y las barbaridades que hay en ella si consigue llegar hasta ahí y si queda pizarra que borrar. Tiene un guión escrito para su actuación e, incluso, varias alternativas por ,si acaso, pero el público puede modificarlo (y lo más probable es que así sea) y plantear situaciones para las que no valen las alternativas previstas porque no se trata de un grupo de meros espectadores. En realidad el público es el protagonista de la función y la interpretación del actor tendrá que variar según sus reacciones. Incluso la duración de la representación depende del auditorio.

Impartir una clase de secundaria o bachillerato puede llegar a tener mucho de monólogos del Club de la Comedia -o más bien a muchos cómicos les vendría estupendamente utilizar los. métodos a los que muchos profesores tienen que recurrir-, con altas dosis de impro­visación y toda una serie de recursos para captar la atención de la clientela. Menos el strip-tease tipo Full Monty (que y0 sepa), hay pro­fesores que han intentado casi de todo con ese fin. Incluso alguno ha tratado de captar su atención a base de renunciar a captar su aten­ción. También este truco desesperado suele tener poco éxito.
El profesor es·un actor, además, porque tiene que ocultar en lo posi­ble sus propios avatares personales cuando está en el aula si quiere conservar algo de cordura. Su papel consiste en dar el protagonismo al alumno, que es el· que aprende gracias y a pesar del profesor y por sí mismo No importa lo que opine o sienta. El alumno aprende a través de él, igual que el buen actor deja de ser quien es para ser otro, para que el espectador vea ese otro a través de él, por mediación suya.

Por eso el profesor puede recurrir, a veces, a llevar deliberada­mente la contraria al alumno como método pedagógico, indepen­dientemente de que esté de acuerdo o no, de que le guste o deteste. l0 que el alumno afirma y, por tanto, lo que él mismo tendrá que afirmar, porque lo que opine o sienta personalmente· es irrelevante aquí. Pero es que de ese modo el alumno se enfrenta a la duda, a los argumentos del contrario. De este modo se ve impelido a replantear­se sus propios juicios.
Otras veces el profesor tiene que ocultar tras la máscara de su per­sonaje sus sentimientos más íntimo~: la tristeza, la frustración, el temor, la ira, la risa. Así, se ve obligado a simular enfado por una con­ducta reprobable cuando lo que en realidad siente es indiferencia o incluso hilaridad si la situación es lo suficientemente grotesca o dis­paratada: yo he asistido a situaciones tan locas que mientras apli­caba el sermón correspondiente con el gesto más severo del que era capaz, contenía a duras penas el ataque de risa. Recuerdo, sin ir más lejos, un suceso reciente: un alumno, al parecer con el fin de pasar desapercibido ante las preguntas y observaciones del profesor y demostrando un futuro de lo más esperanzador en el noble arte del contorsionismo, introdujo su cabeza en la cajonera de su mesa sin levantarse del asiento de su silla y allí quedó atrapada. Al ponerse en pie para intentar sacar la cabeza, la mesa se levantó con él, y sólo tras varios movimientos de cuello pudo liberarse. y. todo ello en medio de una clase que, obviamente, quedó interrumpida y que costó un mundo retomar.
El profesor debería ser percibido por el alumno como una espe­cie de transparencia, pero una transparencia necesaria, que no ha de pasar desapercibida, que ha de evitar el riesgo de ser completamente invisible, como a lente del microscopio o del telescopio, a través de la cual vemos mucho mejor. Es como un vacío que se ·limita a en­cauzar las capacidades del alumno; alguien cuya importancia estriba en no ser lo más importante, cuya relevancia depende de lo que hace posible y potencia en el otro-el que aprende-, no de loque es. Por eso simplemente desempeña un papel, y cuanto menos sea el mismo, mejor lo desempeñará. Se trata de que el alumno lo vea más como un instrumento, como un útil para su aprendizaje, con un punto de ese egoísmo saludable del niño deseoso de descubrir cosas para sí, más que como un individuo con convicciones, problemas persona­les y un sueldo más bien escaso, lo cual no hace sino entorpecer el proceso.

De hecho es frecuente que este actor sin fama se vea obligado a cambiar de registro varias veces en cada jornada, ya que las necesi­dades del centro exigen que imparta, por ejemplo, clase de geografia a niños de doce años inmediatamente después de haber dado una clase de filosofia a chicos de dieciocho y antes de tener una reunión con padres de alumnos o con compañeros de seminario. Su forma de hablar tendrá que adaptarse a cada caso, los ejemplos que utilice, el modo de intentar mantener la atención y el ambiente de estudio en el aula. y todo eso con muy poco tiempo para los ensayos, cuatro o cinco veces al día y cón el público reclamando la caída del telón (pidiendo la hora, como se dice en argot futbolístico).

¿Se les ocurre alguien con más acreditados merecimientos para recibir un premio Gaya?

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